miércoles, 1 de marzo de 2017

EXPEDICIÓN INFANTIL AL PICO MAROZ.



Ciertas emociones de tu infancia se quedan grabadas en tu álbum mental como una eficaz acuarela. Una pintura  a la que siempre vuelves sin importar el tiempo que pase.
Tras haber participado en alguna salida de senderismo infantil y familiar de Montañeros de Aragón Barbastro junto con mi hija, el pasado sábado me encomendaron la labor de organizarla. ¡Que responsabilidad!
Lo vienen haciendo y muy bien desde hace algunos años un grupo encabezado por Daniel, Pedro o Carmen.
A la hora de discurrir que recorrido preparar, en mi cabeza se amontonaron diversas ideas: juego, diversión, aventura y aprendizaje.
Así que teniendo en cuenta estas consignas, recordando las excursiones y campamentos de cuando era niño con los Scouts, también esos años como monitor de alpinismo, barranquismo y escalada en el club, e incluso las expediciones a montañas lejanas, fui ideando un juego:
Se trataba de caracterizar y simular una expedición a una lejana montaña, abriendo una nueva ruta de ascenso.
Todo ello esquematizado en una pequeña excursión para niños y padres.
Así que para comenzar, pedí ayuda a mis amigos Carmen (Alcaldesa) y Ricardo de Estadilla, que han compartido conmigo viajes de aventura a Nepal e India, para plantearles como escenario los alrededores de su pueblo.
Con esta premisa, y con esta valiosa ayuda de Carmen, Ricardo y Rosana, fuimos proyectando una ruta, en la que combinar unas maniobras con las que divertirnos y a la vez aprender conceptos de montañismo.
Conceptos como expedición, aproximación, campo base, campo de altura, vía nueva o normal, mosquetón, encordarse, cima, y lo más importante, compañerismo, ayudar y  dejarse ayudar.
La respuesta a nuestra propuesta fue contundente: Mas de ochenta personas, de ellas mas de cuarenta niños.
Partimos de la base que los niños, si les motivas bien, y les enseñas que las cosas no son tan complicadas como parecen, se adaptan a todo.
El problema viene cuando somos nosotros los padres, los que no nos adaptamos al ritmo del niño, y pretendemos que vean las cosas con los mismos ojos que nosotros. Lógicamente se aburrirán y empezarán a desmandarse.
La clave aquí fue imaginación, serenidad y sobre todo la generosidad por parte de todos los participantes.
A las nueve de la mañana del sábado marchamos desde Barbastro en nuestros vehículos particulares, que usando la imaginación, mágicamente se habían convertido en aviones, con los que volar hasta un lejano país llamado Estadilla.

Allí, “tras aterrizar”, nos recibieron los Sherpas locales, los cuales nos guiarían para aproximarnos hasta la montaña que pretendíamos escalar por esa ruta inexplorada e inédita.
Sorteé entre los niños quienes transportarían los banderines que debíamos portar hasta la cima, y que a mi tantas veces me han acompañado: (Uno de Barbastro, y otro de Montañeros), e igualmente todos cogieron una pequeña piedrecita para depositarla allí en la cumbre como su recuerdo personal.
Y comenzamos la aventura, aproximándonos poco a poco “por una supuesta selva” al campo base desde donde ya se distinguía claramente a lo lejos, en lo alto, el blasón o bandera sobre la cumbre de este ilusorio pico Maroz.
Allí comenzaba lo bueno:
Nos distribuimos en fila en fracciones de dos adultos y cinco o seis niños, y comenzamos la escalada por el barranco de Maroz hacia la antecima o campo de altura, atravesando una imaginaria y enorme grieta sobre una escalera de aluminio.
Después fuimos ganando metros por una serie de resaltes de roca fáciles, que para los niños aparentaban una entretenida  escalada, ayudando y dejándose ayudar; ese era el objetivo: Coger la mano y tender la mano.
Después, llegados a la antecima o campo de altura, por una abrupta y quebrada pendiente, ascendimos en zig zag hasta la cima atados con cuerda y un mosquetón y organizados en dos cordadas.
Cima, abrazos, bocatas, fotos, libro de firmas, y tras todo ello descenso por la ruta normal hacia Estadilla.
Por el camino, aún ideamos un último juego: Al haber caminado por un glaciar sin gafas, algunos habían quedado ciegos; así que por parejas, uno cerraba los ojos, y el otro lo ayudaba a caminar. Así, a la vez de divertirse, aprendían la importancia de las gafas en un glaciar, y de la camaradería.
 En Estadilla, al llegar,  nos obsequiaron con unos refrescos y un picoteo. ¿Qué mas se pude pedir?. Pues aún hubo mas: Quienes quisimos, completamos la jornada participando en una paella popular que se hacía con motivo del carnaval, y por la tarde pudimos asistir a la actuación de un sensacional mago. 
Los niños, con su esquema físico, mental e incluso afectivo;  con esos registros plenos de energía y risas, si sabemos motivarlos, se convierten en una explosión de fuerza y deseos.
Y entonces da gusto verlos y ser partícipes..
Disfrutando con ellos, todo te relega a tu propia infancia, y te das cuenta que es en la naturalidad, y no en la complicación, donde reside la lógica de todo.
Tan solo se trata de recrear, compartir, y sobre todo delegar en los niños con unas actividades sanas y divertidas en la naturaleza.
Jamás imponer. Introducirlos, y disfrutar en conexión y afinidad.
Mas de una vez he escrito que nadie estamos en este mundo para realizar los sueños de nuestros padres, sino los propios.
Debemos mirar siempre la montaña con los ojos de un niño. Es algo totalmente vital.
Vivimos inmersos en una vida estresante, vertiginosa, subyugada a la tecnología, y muchas veces parece que seamos incapaces de desconectar, y tomar este tiempo en familia.
Estas actividades. los deportes de montaña en familia, no solo te obliga a ser mas responsable, sino que aporta grandes dosis de adhesión, afecto, respeto, espíritu de superación y ganas de avanzar y crecer.
La infancia es un privilegio de la vejez.
Lo que uno ama en la infancia se queda en el corazón para siempre.
Gracias a todos los que participasteis de este experimento.

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