Cuando tras una batalla hacía prisioneros, nunca los ejecutaba; los
conducía a una oscura sala donde a un lado había un grupo de arqueros, y al
otro un enorme portón de madera en el que había talladas en relieve figuras de
cadáveres mutilados. En esta sala les proponía que eligieran entre morir a
flechazos, o atravesar la enorme puerta, donde...:–“Al otro lado, yo os estaré esperando”, les decía.
Todos preferían ser víctimas de las flechas de los arqueros y morir en
esa sala.
Un día, al terminar la guerra, uno de los arqueros se dirigió
reverentemente al Faraón y le preguntó: -
Todopoderoso Faraón, ¿puedo hacerle una pregunta?
- Dime, arquero.
- ¿Qué se esconde tras la puerta de la sala
de condenas?
El rey respondió… -Anda tu
mismo y mira detrás.
El arquero fue allí, y abrió lenta y recelosamente la puerta; y a
medida que lo hacía, los rayos de sol invadían la lóbrega sala, y concluyó
que…”La puerta conducía a la LIBERTAD”.
Atónito, el arquero miró incrédulo al Faraón, mientras éste le explicó:-Yo les daba la oportunidad de ELEGIR, pero
todos preferían morir antes que atreverse a abrir la puerta...
“¿Cuántas
puertas rechazamos abrir en nuestra vida por miedo a arriesgar?.
¿A qué viene esta historia?.
Esta historia me viene a la mente cada vez que a algún amig@ lo
convenzo para que se “arriesgue” y venga conmigo a bajar un barranco.
Con los años he aprendido que el querer hacer reconfortantes
aclaraciones a alguien que por ser su primera vez está atacado, no conduce a
nada ni mitiga la inercia de sus nervios.
Lo mejor es esperar y que sea el o ella, el propio medio, el paisaje,
los instantes y la labor, los que hablen por ti. Eso sí, el primer paso, “venir”,
deben darlo por si mismos.
Después, todo juega a tu favor a lo largo de las siguientes horas, así
que solo hay que aguardar y dejar que todo discurra con naturalidad.
Tras la destemplada aproximación, lo corriente:
Casi llegando, sigilo y las orejas tiesas dando oídos al frenético
alboroto del sacudir del agua contra las primeras rocas; al equiparse, el
figurarse (como la mayoría la primera vez) que ese neopreno tan ceñido era
imposible de encajar en su hechura; y justo antes de empezar, esas miradas de
reojo y con gesto de sonrisa alzada de nervios, avistando desconfiado el
cristalino y tembloroso río.
Nada fuera de lo normal.
Pues bien, cuando empiezas a descender ese río, con discreción van
mutando; reserva y prudencia poco a poco, y dejan atrás los arqueros, y
cruzando esos “sus portones”; y con desconfianza o sin ella, se van adaptando al
paisaje del que yo tanto les he hablado. Gradualmente y a su medida comienzan a
disfrutar.
Cuanto me gusta ayudar a esto.
Tratar de hacer el
barranco (u otra actividad) a medida de alguien, y no hacer que ese alguien se
mida contra el barranco.
Incluso al final, en algunos saltos o tramos un poco mas embarazosos
“siempre evitables” los azuzas para subir ese su listón, practicando algún
salto que horas antes habría eludido terminantemente, y consiguen superarlos .
Al terminar puedes adivinar en sus rostros ese brillo que se adquiere
cuando superas un desafío personal, y además ese reto supera todas tus
expectativas.
Convencido que repetirán, y que yo estaré allí para verlo.
Ser valiente no significa no sentir miedo.
Ser valiente es cuando uno reconoce sentir miedo y pese a ello logra superarlo
para seguir delante, dándose cuenta que al final, el empeño y el deseo dominan
el miedo.
“Quedarse en lo conocido por temor a lo
desconocido, equivale a estar vivo pero no vivir.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario