jueves, 12 de marzo de 2015

LA PRINCESA QUE VIVÍA EN LA MACETA



Imaginación, algo de intuición y cariño, para lograr una diminuta historia. ¿Esa es, la base de todo cuento que se quiere contar?
Yo supongo que sí.
Este blog es fundamentalmente de contenidos deportivos, pero de vez en cuando, lo aprovecho para compartir otras cosas, otros temas que me obsesionan o simplemente se me antojan.
Pues bien, esta vez, el post no puede  ser más insólito. Es la publicación de un breve cuento infantil.
He manuscrito y quiero compartir, un cuento que una vez durmiendo a mi hija, y cansado de contarle a diario algún cuento clásico, me inventé sobre la marcha uno propio, y a ella le gustó tanto, que durante un tiempo, como los de sus personajes clásicos me lo pedía cada día:
No sé si es un rollo, pero es nuestro cuento. Algún día si puedo lo ilustraré para que ella se lo cuente dentro de muchos años, a sus propios hijos.

LA PRINCESA QUE VIVÍA EN LA MACETA

Había una vez una hermosa maceta, que pertenecía a una ancianita llamada Alejandra.
Antes que a ella, perteneció a su madre; antes a la madre de su madre; e incluso antes,  a la madre de la madre de su madre.
Y así hasta diez generaciones atrás, que se la regaló al  más lejano ascendiente de Alejandra, una vieja anciana indígena llamada Olalla, como agradecimiento por salvarle la vida, cuando en medio de un temporal de nieve le dio cobijo a ella y a su pequeña hija.
Le aseguró que era una maceta mágica, y que mientras la cuidara bien, la maceta siempre la protegería a ella, y a todos sus descendientes.
Y así a ocurrido generación tras generación. Han cuidado de la maceta, y siempre han sido muy felices.
Ahora desde hace años, es Alejandra quien la cuida.
Aún recuerda las palabras de su mama cuando se la traspasó:
 -“ Alejandra, esta es una maceta mágica que regaló a nuestra familia una viaja hechicera india, y desde entonces nos protege. Cuídala siempre, y ella siempre te cuidará a ti”.
Era increíble; la maceta tenia cientos de años, era preciosa y jamás se marchitaba. Parecía vivir siempre en primavera.
Cualquier casa decorada con ella, gozaba de una luz, una energía y una alegría, únicas, y contagiaban a todo el mundo a su alrededor.
En breve, Alejandra quería transferirla a su hija Inés, y años después, seria ella quien se la pasaría a su hija Vega.
Pues, como le aseguró su madre, había tenido una vida muy dichosa junto a la maceta mágica, y quería lo mismo para su hija.
La regaba, la podaba, le cantaba, y cada  mañana, la sacaba a la galería para que le diera el sol, y cada noche la retiraba al interior de su casa para que no cogiera frío.
Lo que Alejandra no sabía, es que su magia procedía de un diminuto reino que se hallaba en su interior.
Y aunque Alejandra no podía verlo, existían unas diminutas casitas, una diminuta pradera, un diminuto bosque, un diminuto arroyo, e incluso un diminuto castillo, donde vivía la corte, el rey, la reina, y su diminuta hija la princesa Nayra.
Todo un diminuto reino mágico, que protegía y daba buena suerte, a quien cuidara de él.
Así, cada mañana cuando Alejandra la sacaba a la galería, a la princesa Nayra le gustaba salir del castillo pasear y disfrutar del sol mientras cantaba y brincaba por su diminuto mundo.
Una mañana, saltó y brinco tanto, que de tan cansada, se tumbó sobre un tronco y se quedó dormida.
De repente, despertó sobresaltada. El tronco se movía efusivamente.
-“¡Aaaahhhhhh!”. Gritó Nayra asustada.
No solo se movía, si no que estaba volando, agarrado por el pico de un gigantesco gorrión. 
O al menos la diminuta Nayra así lo veía, aunque era un gorrión normal, y el grueso tronco, no era más que un palito para su nido.
Nayra, fuertemente agarrada al palo para no caerse, gritaba y gritaba lo más alto que podía, pero el gorrión con el sonido del viento no la podía oír.
Tras un largo vuelo, por fin se posó en su nido, entre dos ramas de un hermoso abedul.
La princesa de nuevo braceo y gritó:
- ¡Señor gorrión! ¡Señor gorrión!.
El gorrión al verla, se llevó un enorme susto, y exclamó:
 -“ ¿Quien eres tú?...
Ella contestó:
- “Soy Nayra, la princesa que vive en el castillo del reino de la maceta. Estaba muy cansada, me quedé dormida sobre este palo, y al despertar...”
El gorrión que dijo llamarse Ibón, se disculpó, pues no la vio cuando cogió ese palito para su nido.
Pero le dijo:
- “No te preocupes Nayra; sube sobre mi lomo, y en un momento volando, te llevaré de nuevo hasta tu castillo.
Así pues, Nayra subió a lomos de Ibón, se agarro fuertemente a sus plumas, y salieron volando hacia la casa de Alejandra.
-“¡Nayra! ¡Ya llegamos!”, Gritó orgulloso Ibón.
Pero, cuál fue su sorpresa, al ver que la maceta no estaba. Era ya tan tarde, que Alejandra la había recogido al interior de la casa.
Nayra se puso muy triste, pero Ibón le dijo:
-“No te preocupes Nayra, hoy dormirás en mi nido, y mañana por la mañana temprano, te traeré de vuelta”.
A ella le pareció bien, aunque estaba preocupada por sus padres. Pensaba que andarían buscándola muy preocupados, como así era.
Todos en el diminuto reino de la maceta, la andaban buscando. Unos por el castillo, otros por el pequeño bosque, e incluso otros por el arroyo...
Pero bueno, mañana Ibón le llevaría de vuelta al castillo, y ella les contaría lo sucedido.
Cuando Nayra despertó a la mañana siguiente, se llevó una desagradable sorpresa. Estaba lloviendo, y como le explicó a Ibón, si llovía,  Alejandra no sacaría la maceta a la galería.
Nayra lloraba desconsolada, pensando en lo que estarían sufriendo sus padres al no saber de ella.
Ibón, que era un pájaro muy listo, pensó y pensó, hasta que gritó:
 -“¡Ya lo tengo!. Si alguien puede devolverte a tu casa hoy, ese es Juan”.
Juan era un simpático ratón de campo, que vivía más abajo, dentro del tronco del viejo Abedul.
Fueron a visitarlo, le contaron su  problema, y el simpático ratón accedió encantado a llevar a Nayra a su casa.
- “Pero... ¿Cómo vas a hacerlo si la maceta está dentro de la casa?, Preguntó Nayra.
-“No te preocupes” dijo Juan confiado.
-“No existe el lugar, donde Juan no pueda entrar”.
Así, que cubierta con una gran hoja de abedul a modo de paraguas, se despidió de Ibón con un gran beso:
-“Ven a verme siempre que quieras Ibón”  le dijo.
Se montó a lomos de Juan, y este salió al galope.
Nayra, que nunca había salido del reino de la maceta, estaba deslumbrada con todo lo que veía. Qué grande es el mundo, pensaba, mientras cabalgaba a lomos del intrépido ratón.
Pasó una hora, cuando con las indicaciones que Ibón le había dado, Juan llegó frente a  la casa de Alejandra.
Nayra le dijo: -“Ves, está todo cerrado, ¿ cómo haremos para entrar?.
Juan le repitió: -“No hay lugar, donde Juan no pueda entrar”
Dicho esto, comenzó a dar la vuelta a la casa arrimando a la pared sus diminutos bigotitos, y de repente grito:
-“ ¡Lo encontré!
Y se introdujo por un  oculto y minúsculo agujero bajo el marco de una puerta; por allí entre dos ladrillos alcanzó una grieta, y por la grieta el sótano.
Una vez en el sótano, mirando de un lado a otro, y sin dudar un instante se coló por la abertura de una antigua, y oxidada estufa, y encaramándose desde dentro por la tubería de su chimenea con la habilidad de una araña, llegó hasta una rejilla de ventilación en forma de celosía de la  primera planta.
Salió por una de las rendijas, y... allí, frente a la puerta de la galería, se hallaba una preciosa maceta de cerámica pintada de alegres colores.
No admitía duda alguna que era la maceta que albergaba el reino de la princesa Nayra.
Juan se arrimó al lado, y con su hocico aupó a Nayra hasta su borde.
La princesa, con un enorme beso agradeció a Juan su amabilidad y como a Ibón, lo invitó a visitarla cuando quisiera.
Y corrió enseguida hacia el castillo. Allí muy tristes estaban sus padres, que al verla, dieron un enorme salto de alegría.
Nayra, les contó su emocionante aventura. Les habló de Ibón, de Juan, y de lo enorme que era el mundo fuera de la maceta.
Pasó el tiempo, y por fin  Alejandra regaló a su hija Inés la maceta mágica, para que la llevara a su propia casa y cuidara de ella.
No sin advertirla, que se la llevara bien a la vista, porque seguro que observarían un gorrión y un ratón, que desde hacía un tiempo, a diario visitaban la maceta, e incluso parecían hablar con ella.
Ella no sabía, es que eran Ibón y Juan, que hablaban con Nayra.
Incluso algunas veces, con permiso de sus padres, la llevaban volando o cabalgando a recorrer los alrededores, y hasta se quedaba a dormir en el viejo abedul.
Una vez la maceta estuvo en casa de Inés, esta la comenzó a cuidar con esmero, mientras que su hija Vega, cuidaba de un ratón y un gorrión que cada día venían a verla.
Y.... Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
 

Javi SUBÍAS

6 comentarios:

  1. Javi, sin palabras, solo que me lo quedo para contárselo a mis sobrinos, nietos, si los tengo alguna vez, me ha encantado!!
    Nunca dejas de sorprenderme..
    Como no te vamos a querer.... y mucho.....

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    1. Me alegro Luz. Para eso es.
      Por lo demás... yo tambien os quieroooo.

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  2. Estoy con Luz. jamas dejas de sorprenderme.
    Tambien con tu permiso me lo apropio para contarselo a mis hijos. me ha parecido precioso

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    1. Gracias!!
      Te digo lo mismo. encantado de que te guste, y encantado de que lo compartas con tus hijos.

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