lunes, 27 de abril de 2009

LA VIDA ES LUCHA... Y ESPERANZA

Si el fin lo merece, la lucha siempre merece la pena. Quien lucha puede perder, quien no lucha, ya perdió.
Imagino que cada mujer en particular, cada persona en general, reaccionará de una manera diferente cuando recibe el feroz comunicado de que padece un cáncer . Imagino sentimientos encontrados, y tras ello varias fases mas. Imagino sobresalto e incredulidad al conocer el diagnóstico, deseando que esté equivocado.
Algo después, imagino esperanza de curación.
También imagino indignación e incluso culpabilidad, y muchas emociones mas difíciles de manejar. Imagino abatimiento y trauma psicológico al enfrentarte al problema. Y tras todo esto, y como ante cualquier gran escollo en la vida, imagino un miedo atroz a lo desconocido. Pero tan solo puedo eso... imaginar.
Vivimos preocupados por cosas insignificantes que nos parecen tan importantes y trascendentales...: odios, locuras, desprecios, envidias, reproches, egocentrismo inutil, competencia; incluso estas grandes gestas deportivas en las que algunos nos movemos, que nos parecen colosales y significativas en nuestras vidas, se quedan en elementales chistes cuando una noticia así nos golpea de cerca, o lapida a una persona próxima y nos hace recapacitar sobre la vida y su sentido.
A una amiga próxima, la operan esta semana y le extirpan un pecho. En dos breves conversaciones con ella, me ha expresado y demostrado, no solo con palabras superficiales, y sin siquiera ella darse cuenta, esa actitud que tantas veces he descrito en los relatos deportivos. Esa actitud tan "ultra" o "montañera" con la que nos abanderamos para enfrentar cualquier hazaña.
Me ha expresado y demostrado una apariencia, una postura tan positiva y valida, que no encoge ante la adversidad, y transmite una enorme fortaleza para afrontar esta batalla o "Ultra trail particular" que le espera. Tanto, que incluso está convencida de que tras todo esto le aguarda algo muy bueno. Está en la línea de salida de esta feroz carrera que no ha elegido correr voluntariamente, y que le ha tocado en esa especie de rueda de la vida, pero allí esta dispuesta a ganarla. Dispuesta a llegar a la cima, a la meta; segura además, que aprenderá muchas cosas en el correoso camino. Esta actitud no me parece nada fácil, y es una actitud ejemplar. Luchar abiertamente por superar esta enfermedad, luchar por ser más fuerte que ella y proponerse abiertamente vivir cada día y disfrutar de la vida tras ella.
Con este modesto post, quiero entender y apoyar. Aceptar que una amiga próxima, como antes mi abuela o después mi tía, tiene una enfermedad que supone un problema, si, pero que no es ninguna vergüenza y además se puede vencer. Quiero pedirte que no te ocultes en la soledad y que luches con todas tus fuerzas contra tus sentimientos negativos y tus miedos. Tu puedes.
Quiero pedirte que nos des una lección de las de verdad a todos. De las de vida. Con todo lo que estás pasando, seguro que te harás más fuerte, si cabe, y saldrás reforzada. Surgirás con más ganas de afrontar y disfrutar la vida. A buen seguro que por lo menos la verás de manera que los demás no vemos, y llegarás hasta entender cosas que los demás no entendemos.
Te envío por medio de este post toda mi fuerza, y piensa que esta enfermedad, ni va contigo, ni podrá contigo. Piensa que en menos tiempo de lo que crees será solo un recuerdo, algo malo, o tal como tu eres, quizás bueno, pero sólo un recuerdo. Da gusto conocer a gente como tú, porque a buen seguro nos vas a enseñar y vamos a aprender mucho de ti. Eres luchadora, joven y llena de esperanza. Un fuerte beso y mucho ánimo, ya que tan solo puedo eso,... imaginar.

miércoles, 22 de abril de 2009

MI YAU (Capitulo-4)

17-Febrero-2009 “Dove Grave Lake” Territorio Yukón (Canadá):
Habíamos llegado al control de Dove Grave Lake sobre las siete y media de la tarde, y ya eran las nueve y media. Lo normal habría sido proseguir un poco mas, pero, en mi caso, y tras la noche anterior sin descansar, era incapaz de dar un paso. Dentro de mi saco Trango, bajo este enorme abeto del que ignoro la altura incrustada en la oscuridad del firmamento, hoy si me siento, aunque agotado y dolorido, resguardado y bien. Esto también es una reseña de buena adaptación, por lo menos mental, y de que... “tan solo hace veinte bajo cero”, no los cuarenta y tantos de la noche anterior. Cuando en una gran montaña te sientes a gusto dentro de una frágil tienda de campaña, tanto como para figurarte guarecido dentro de una inexpugnable fortaleza, esta claro que tu cabeza está bien y fuerte. Porque si lo piensas fríamente, ¿de que puede protegerte mas allá del viento y algo del frio, la delgada membrana de una minúscula tienda de campaña? Posiblemente de ti mismo. Pues con el saco de dormir pasa lo mismo. Protege del frío, si, pero también ejerce de placebo. Dentro del saco, en su oscuridad, me sucede como a esas caballerías de percherones que al cubrirles los ojos se les borra el miedo a salvar un sendero arrimado a un barranco, o atravesar una ceñida pasarela de maderos sobre un gran río, y puedo ausentarme espiritualmente donde quiera, tener presentes a los seres queridos y dibujar una sonrisa. Al fondo del saco, “mi venda”, he puesto las cantimploras con agua bien caliente, y noto el agradable calor que emanan mientras juego con ellas entre mis pies; ropa limpia, algo de comida para mañana, las zapatillas en una bolsa de tela, y junto a mi cuerpo un sobre de toallitas húmedas para asearme un poco cuando se descongelen. Al localizar las toallitas en la pulka me acuerdo de mi amigo Zanoni, pues el año pasado en Sables, al olvidármelas en la maleta el primer día, compartió las suyas... limpias, conmigo durante la carrera. Esta vez no las he olvidado Carlos. Es importante, dentro de lo posible, pensar bien todo lo que haces, como conservar seco el interior del saco. Si la ropa está húmeda, intentar secarla en alguna fogata o cambiarme, de lo contrario no conseguiré entrar en calor por las noches. También me parece buena idea llenar de cosas el fondo del saco y que no sea un espacio vacío, así elimino bolsas de aire superfluas que desperdician el calor de mi cuerpo. En alguna ocasión cuando el saco es excesivamente largo, Pepe Chaverri me reveló el truco de estrangular con un cordino o cinta americana el trozo remanente, ciñendo el saco a la altura deseada, y eliminando con ello ese espacio inútil de aire frío al fondo de tus pies. En esta ocasión, debo poner tanto material a mis pies, que no es necesario estrangular la base del saco. Este olor en la oscuridad. El olor dentro del saco me reconstruye y evoca muchos viejos recuerdos. Ese olor a plumas apretadas, combinado con crema solar y protector labial, cauchos, goma, isotónicos, y que se yo... mas cosas. Mi amiga Begoña, enóloga, cuando clasifica un vino suele decir cosas como "afrutado" o "madera" pero, ¿a que huele este saco de expedición que tantos recuerdos me despierta? La hierba recién cortada huele a hierba recién cortada. Los libros viejos, a libros viejos. La inmensa mayoría de los olores no tienen forma de ser descritos ni nombre propio, sino con la referencia de la cosa que los genera. Imagino que la falta de nombres de olores es porque la primera percepción o identificación de este es su olor en nuestra mente, y recuerdos específicos en alguna etapa de nuestras vidas. Este es pues, olor a “saco de expedición”.... bueno, si Begoña me preguntara, le diría olor “a perro mojado”.Teorizando con este olor tan familiar, extenuado de agotamiento y sin darme ni cuenta, me duermo. Abro los ojos y en la oscuridad del saco ilumino la esfera del reloj. Son las cuatro menos cuarto de la mañana. Tenemos que ponernos en marcha. Me coloco mi gorro de lana y sobre él la lámpara frontal, y asomo la cabeza fuera. Salva, casi como un resorte que estaba esperando algún movimiento, se incorpora a mi lado. Por lo que me dice también ha dormido bien. Cojo mi equipo y me dispongo a salir del saco con todo bajo el brazo y correr hasta tienda de control. Ahora estará vacía, tiene sillas y estufa. ¿Qué mejor sitio para organizarse plácidamente, equiparse y desayunar? Al incorporarme verifico mis dolores de gemelos, y sorprendentemente parecen encontrarse bien, pero, al intentar caminar, mi confusión es enorme al detectar que no puedo alzar de ninguna de las maneras mi pierna izquierda por la curvatura de la cadera. Esta totalmente bloqueada. Es como si se hubiera puesto en huelga e ignorara la orden de elevarse que desde mi cerebro intento darle. De la forma que puedo, con la pierna inmóvil como un tablón, me llego hasta la tienda y me siento en una de sus sillas de camping plegables. No quiero alarmarme. Estará entumecida, hechizada por tanto descanso y poco a poco con el calor de la estufa, el desayuno y un anti inflamatorio que me tomaré, se restaurará. Mientras nos equipamos y vamos desayunando, aparece la enfermera-doctora del control para atendernos y apuntar nuestra hora de partida. No sé como se llama, pero con su rostro lacio y su mirada compasiva, me recuerda a una de esas monjas maduras de los años setenta, que con sencillez, y en un ejercicio de reforma y trasgresión se quitaban el habito luciendo su cana y trenzada cabellera por primera vez. ¡Que moral! Estar toda la noche en una tienda contigua, y ante cualquier atisbo de movimiento, a cualquier hora del día o de la noche, velar por los participantes de la carrera. Desayuno copiosamente e incremento calorías para la jornada con mucho chocolate, frutos secos, e incluso un sobre de Nescuit que me proporciona el bueno de Salva. ¡Vamos allá!... La pierna no me responde. Sigue con voluntad propia. Con ninguna voluntad. Con la obstinación de no moverse. Ahora si me asusto y se lo explico a Salva. Él me anima y me dice que camine y entre en calor; que seguro que pasará. Intento andar por los alrededores del gran árbol, de mi pulka, adelante, atrás, pero nada. En el suelo, junto a las pulkas, hay una pequeña rama cruzada de tan solo diez centímetros de altura, y no consigo elevar la pierna ni esos diez centímetros para sortearla. Con este angustioso suceso, le defino a Salva lo que me está sucediendo. - ¿Ves? No puedo levantar la pierna. - Quiero levantarla para esquivar este leño, y me es imposible. En breves instantes, la preocupación se torna en angustia, la angustia ansiedad, la ansiedad, en desazón e ineludible resignación, humedeciendo mis ojos.- No puedo continuar; - No puedo andar Salva, continua tu solo, yo me quedo. – Tu puedes. Por supuesto que mi tristeza y desánimo es grande, y la impotencia de no poder continuar más por mi mismo, me lleva a una desesperación inimaginable, pero… No puedo. Me resigo y me despido de Salva con un abrazo deseándole suerte y se aleja y se pierde engullido por la oscuridad del bosque. Regreso a la tienda de campaña y le expongo a la asistente, medio en ingles, medio con gestos, que me retino - ¡Finish!, y con una mueca de dolor le indico mi cojera, señalándole que no puedo caminar. Muy afectuosa, me hace sentar, me examina y manosea el punto donde tengo paralizada la cadera y me da otro anti inflamatorio, o por lo menos eso entiendo yo que es esta pastilla. He tomado uno en el desayuno, pero como aparentemente no me ha hecho nada, me tomo también este que ella me a dado. Como puede, me explica que durante el día, quizás por la tarde o mañana por la mañana, vendrá una moto de nieve para evacuarme hasta Braeburn; que por la mañana llegará una , pero primero evacuará al integrante del equipo inglés que se ha retirado... - Ya me pareció extraño ayer encontrar aquí durmiendo solo a uno de ese equipo. Con aire melancólico, me aprieto con la mano la cadera. Sentado en silencio junto a la estufa, intento hacer un ejercicio de tolerancia a la frustración: Creo que no soy engreído, ni caprichoso, ni estoy acostumbrados a recibir sin merecerlo, y siempre me hago responsable de mis acciones, no busco excusas para las derrotas y las asumo. Asumo con agrado las victorias y derrotas. Incluso sé que de las derrotas es de lo que más se aprende, y jamás las percibo como tales, sino como circunstancias que me permiten darme cuenta de los puntos a reforzar o trabajar con más fuerza, maneras de aprender y avanzar, una oportunidad para crecer. No recuerdo bien que deportista de elite, cuando perdía decía: "Me faltó tiempo para aprender." . Esa era mi sensación ahora. “Me ha faltado tiempo para aprender algo ante esta capitulación”. Pregunto a la enfermera cuanto tiempo hay caminando hasta el siguiente punto de control en Braeburn, y me responden que unas “twenty. ¿20 horas?. Si tan solo pudiera caminar un poco, me aventuraría a intentarlo. En Braeburn está la meta de las cien millas, ciento sesenta kilómetros de carrera; sería por lo menos un final mas determinado y legítimo, y tendría un día mas para cultivar y saborear esta carrera. - Asumible... Esta idea fija en la cabeza, y que si dejo que sucedan las horas, y mi dolor finalmente remite ya no estaré en condición de remontar el tiempo perdido. Así que me alzo, y como el difunto Lázaro en la Biblia cuando Jesús le dijo -“Levantate y anda”, salgo a caminar anhelando que mi pierna me rebele alguna sensación de mejoría y me permita caminar. Esperar un día entero una moto que retorna desde el control al que yo me dirijo no está en mi dietario. ¿Que mas me da esperar aquí, que intentar continuar y si noto que no puedo, me tiro a un lado de la pista dentro del saco y que me recojan en cualquier punto?. Llevamos una orla o cinta de color naranja de un metro, para si decidimos retirarnos en cualquier punto alejado de un control, la apostemos visible en un palo o atada a un bastón clavado en la nieve mientras nos encontramos dentro del saco protegidos a la espera, y de este modo si pasa una moto de la organización y la ve le señale el hecho de tu retirada al distinguir la cinta junto a ti. Así que si es necesario y no puedo llegar, me acomodaré un vivac junto a la pista, clavaré la cinta y esperaré allí. Mi pierna parece que poco a poco reacciona y me permite, aunque cojeando, caminar. No lo demoro mas, estoy resuelto a continuar. Son las cinco de la mañana, tan solo hace poco mas de media hora que partió Salva, y si según me dicen hay veinte horas hasta Braeburn, llegaría a la meta de las cien millas la próxima madrugada. ¿Por qué no intentarlo?. Transmito mi decisión de proseguir al control de la organización, a mi caritativa enfermera. Me abrigo bien el cuerpo, y me cubro la cara con el tupido buf y las gafas de ventisca pues hace mucho frío. Me engancho de nuevo a la pesada pulka, y arranco con paso anómalo, punzante y patológico, amparándome en los bastones. Los primeros metros miro la cinta de la virgen del pilar que llevo atada en la hombrera izquierda del arnés, que adelantándose en la intención a mi buen amigo José Mari, esta vez me ha regalado mi madre, y como siempre nos acordamos de santa Bárbara cuando truena, tímida y discrecionalmente le mendigo que me ampare para poder andar un día mas, por lo menos hasta llegar a la meta de las cien millas. De esta manera, en un instante, este paisaje de auténtica soledad y nevada oscuridad entre bosques, se ve perturbado ligeramente por este asimétrico lisiado arrastrando su gravada carga. Una silueta con rumbo fijo guiada por una enorme motivación . Solo ha sido una amorfa distorsión en un juego de batalla, en el que cada cual es su propio peón, y en el que se escuchan las cuerdas del pasado que quedó grabado, y ahora olvidado. Despedidas y canciones guardadas en un lugar llamado olvido. Intento abstraerme y recurrir a muchos de mis remedios secretos estas primeras horas: Pensar en Rosana, en mi madre; Un paso por cada persona: Mis amigos: Miguel, José, Isabel, Jesús, Patricia, Olga, Javier, Marian, Paco, Ángel, Fernando, Pedro, Marcel, Juanma, Toño, Merche; Mis Hermanos, Jesús y Jorge; Ester, ... Todo con tal de evadirme y no pensar en el dolor. Quiero que sea un fuego extinto, que arrasa con todo a mi paso. Poco a poco, pasan las horas y de repente me doy cuenta que no siento el ardor, ya no quema, ya no duele tanto. La llama de mi cadera se ha extinguido momentáneamente. Quizás la sobredosis de anti inflamatorios y el que la articulación haya entrado en calor haya hecho algún efecto. El viento se ha llevado mi dolor en un arranque tempestuoso y con un soplido, lo ha quitado de mi camino. No sé cuanto durará esta tregua, así que voy a acelerar el paso todo lo que pueda. No es por amor propio, sino por fuerza, por libertad, porque hoy es este mi destino, porque soy entusiasmo y sueños. El alma se agita cuando las cosas no salen como tu quieres, pero hay que intentar serenarse viendo qué soluciones puedes encontrar y buscar nuevos objetivos y nuevas ilusiones que te motiven. Son las seis y media y comienza a amanecer, mi objetivo, completar las cien millas. Comienzo escrupulosamente a disfrutar del indescriptible paisaje nevado. El valle serpentea entre sucesiones de elevaciones blancas hasta un horizonte cubierto casi en su totalidad por abetos. Un paisaje nevado de estelas blanquecinas cuya belleza es indescriptible. Un poco más al fondo, y en la lejanía se pueden distinguir difusas hileras de pequeñas montañas que parecen la corona del horizonte. Da la sensación de que cada uno de estos árboles que nos arrullan a los lados de la pista han sido tallados por ángeles. No se me ocurre otra manera de describir tanta belleza. Incluso los árboles desnudos y moribundos, cubiertos de una escarcha que ensombrece los corazones, parecen alegres y llenos de vida. Silencio. No hay ni aves sobrevolando los montes, ni almas con las que conversar. Aun así, la pureza de este valle que en el mapa se presenta como Klusha Creek, permanece inalterable pese al frío y la nieve. Debo hoy, ahora consolidar una buena autoestima, sino, si mi dolor regresa, la derrota será vivida y sentida como algo doloroso que atente contra el ego, lo que genera rabia, enojo, y frustración. Al final de un tenue descenso, donde el camino se torna horizontal, distingo a lo lejos parada y mirando en mi dirección la silueta de Salva. Me está mirando como si advirtiera mi llegada, o eso creo. Que sorpresa se va a llevar. Cuando me reconoce me grita: - ¡Javi!. Elevo los brazos y le hago señales agitando los bastones en alto, a la vez que aligero mi paso. Nos abrazamos como si nunca nos hubiéramos visto y le explico que gracias a sus ánimos he decidido salir y por gentileza de la enfermera y una inusitada pastilla, parece que la tensión en mi cadera ha disminuido y casi desaparecido, mientras dure su efecto. Me cuenta que se ha extraviado en algún punto del camino. Menos mal que ha regresado a la traza buena, sino no hubiéramos coincidido en todo el día. Me coloco tras él y continuamos la solidaria marcha hasta las once de la mañana. Ha comenzado a nevar tímidamente y estamos en lo alto de una pequeña y boscosa colina. Decidimos parar a comer algo. Unos cacahuetes, bebida, embutidos y algo de chocolate para restablecer la configuración de nuestro sistema operativo. Mientras estamos comiendo y charlando animadamente, aparece sobre sus esquís, ajustada en su traje negro y con su mascara de neopreno, con un carámbano de hielo pendiendo del orificio de la nariz, nuestra Lara Croft particular, Cyd Fraser. Cyd es una mujer alta y fibrosa. Se notaba que practicaba mucho deporte. Ayer, la observe mientras cenábamos y su rostro encierra cierto atractivo animal, y mostraba una cadencia oculta entre la sensación de cansancio y determinación. Sin la mascara, los labios delgados, apenas visibles, pero bien dibujados, ojos claros, el pelo corto a lo garzón, rubio, y dentro de su alargada cara, lo que más la afeaba era su gesto nada sociable y poco clemente. Parecía muy irritable y competitiva. Apenas cruzaba una palabra con nosotros ni con su hermano. Así, lo percibí. Se detiene a nuestro lado y mecánicamente nos interroga sobre cuanto suponemos que falta para Braeburn . Le señalamos que por lo menos treinta y cinco o cuarenta y cinco kilómetros. Ella supone lo mismo. Y como un “Deja vu” se produce la misma escena de ayer. – Cuando pase mi hermano Scott, decirle que ya he pasado por aquí-, nos indica. La convidamos a comida, pero la declina, y sale patinando como alma que lleva el diablo dejándonos atrás. ¿Por qué no pregunta que tal estamos?¿Qué tal hemos dormido?¿Sonríe bajo la mascara de neopreno?. Parece que lo único que le interese es saber cuanto le queda, finalizar, y llevar a su desamparado hermano a remolque. Nos ponemos de nuevo en marcha y esta vez tomo yo la cabeza. Me encuentro bien y estoy dispuesto a recrearme e intentar llegar a las cien millas. Ha dejado de nevar y quiere salir lánguidamente el sol. El bosque, en plenitud, parece mucho más gigantesco. Los fascinantes árboles parecen venir corriendo hacia nosotros, las ramas se precipitan aparatosamente a los lados, primitivos troncos desnudos y cubiertos de nieve discurren, alternando con esbeltos arbustos.. Mi cabeza no deja de calcular y ajustar kilómetros y horarios: ¿Y si puedo pasar de las cien millas? Me encuentro bien, mi cadera aguanta, y mientras no me detenga quizá lo siga haciendo. Especulo tácitamente las horas que me costaría llegar al control si acelero el paso… Suponiendo que nos queden treinta o treinta y cinco kilómetros, si lográramos una media de seis kilómetros a la hora, podríamos intentar llegar entre las cinco o las seis de la tarde a Braeburn. Detenernos lo justo para avituallarnos e hidratarnos y continuar dos o tres horas más hacia el control cuatro. Es una apuesta arriesgada, pues estoy sosteniendo sumar siete horas de buena marcha a las ocho que ya llevamos, mas si la marcha es perezosa, para cubrir sesenta y cinco o setenta kilómetros hoy, y mañana recorrer otros tantos para llegar al control cuatro y de nuevo estar en tiempos de carrera. Siendo objetivos y honestos, si hoy no pasamos del control tres para mañana llegar al cuatro, y según el reglamento de la organización estaremos excluidos por fuera de control y sería imposible finalizar la carrera. Las cuentas están claras. A una media de sesenta kilómetros diarios que debemos cubrir durante los ocho días de carrera, hoy, tercer día de la misma, deberíamos haber recorrido ciento ochenta kilómetros al finalizar la jornada. Si conseguimos llegar a Braeburn, meta de las cien millas, serán solo ciento sesenta, y nos restarán veinte mas para entrar en la media de control de carrera, así que habría que continuar todo lo posible, para mañana haber reconquistado y remontado todo el terreno perdido llegando sobrados al control cuatro en “Ken Lake” (240 Km. desde la salida en Whitehorse). Todos estos cálculos disgustados y pesimistas, término señalándoselos a Salva. - Si no aceleramos, estamos ya fuera de control..., pero no dice nada. Imagino que la procesión va por dentro. Delibero, decido y resuelvo. Como diría una persona muy querida y cercana a mí, ¡A la mierda! ¡Voy a intentarlo! Concibo que las posibilidades de quedarme tirado por el bloqueo en la cadera de esta mañana sean muchas, pero estoy dispuesto a quemar este cartucho. También ayer me dolían muchísimo los gemelos y esta mañana no había ni rastro de ese dolor. ¿Porque no se puede obrar ese milagro por segunda vez? Me contoneo sobre los alargados apéndices de la pulka girando el cuello y le comunico a Salva:- Voy a acelerar, tú sigue a tu ritmo. Salva asiente a mi manifestación, y subo avivadamente el ritmo, sintiéndome absurdo y algo borrico por haberle enunciado así mi decisión.¿Que pensará?. Ha sido como decirle “no me vas a poder seguir”. Además de que quizás si pueda hacerlo, en cualquier momento podría quedarme tirado y someterme a su huella y asistencia para llegar a las cien millas con el rabo entre las piernas. Conociendo a este juez de paz, sé que no se lo habrá tomado a mal y entenderá mi decisión de acelerar... Tras ganar unos kilómetros, decido ser cuidadoso, avispado y diligente. Si quiero llegar en facultad de continuar a Braeburn, deberé hacer las cosas bien. Paro, me separo la pulka y me preparo muy a mano, dentro de mi ropa, comida y líquido. Una botella bien llena de líquido embutida bajo el forro polar junto a mi tripa, para poder acceder a ella cómodamente sin detenerme e hidratarme con un sorbo cada quince minutos (cuando la termine, pararé un instante y la rellenaré con el termo que llevo en la pulka y que no se congelará); los bolsillos bien aprovisionados de geles y barritas para ir desplazándolos de los más exteriores y fríos, a los más calientes junto a mi cuerpo conforme los valla consumiendo cada quince o veinte minutos. En la riñonera frontal frutos secos para masticar un puñado de vez en cuando alternativamente a los geles, e incluso unos choricitos buenísimos de la carnicería Bernad de Barbastro. Aplicaré, lo que cursé y aprendí de muchas personas y grandes maestros como Manolo “El hielo” (Aquí si que le iría bien su apodo) durante la maratón de Sables. Hallaré un ritmo regular pero sensato, y me alimentaré e hidrataré bien y mecánicamente. Solo así podré conseguirlo. Una vez bien equipado y acomodado, incluso quitándome algo de ropa, continuo con un frenético ritmo apoyado por los bastones dinámica y técnicamente como si estuviera haciendo esquí de travesía. No hay nada más seguro para incrementar la confianza que las victorias, y por eso, debo trazarme pequeñas metas para tener pequeños triunfos. Mi próxima meta, las cien millas. Que espectáculo se replica una y otra vez ante mis ojos. Hasta el sol se ha conciliado con nosotros disipando las nuves. No puedo evitar detenerme y grabar con mi cámara continuamente. Hasta me emociono haciéndolo. Soy un sencillo Barbastrense y estoy en el Yukón, un territorio enclavado dentro del Círculo Polar Ártico; una inhóspita región que se conserva como uno de los últimos reductos más salvajes del mundo. Los bosques cubren gran parte de su suelo, bosques subárticos que van dando paso a la tundra, o vegetación de turba, musgos y líquenes. Paisajes variados y asombrosos. Una gran extensión cubierta por suelos permanentemente helados que congelan la piel pero incendian el alma. No puedo dejar de sentir escalofríos recurrentemente que salen desde mis vísceras, y cada vez que a mi mente acude una persona querida, me estremezco y mis ojos se emocionan, conmoviéndome una y otra vez y ruborizándome al descubrirme así. Imágenes del pasado y sueños de futuro, trozos de mi vida, sosiegos, llorar. Si existe la felicidad, debe ser algo parecido a esto... ¿Me estoy volviendo un moñas? Mi madre, Rosana y los que me quieren sufriendo por mi, y yo aquí feliz...¡Ojalá pudieran percibir y comprender lo que siento! En una escarpa junto a la pista, sobrepaso una pequeña cabaña de madera en la que imagino sobreviviendo en ella al trampero Jeremías Johnson, pendiendo de su techo las alimañas cazadas en sus trampas antes de despellejarlas. Seguro que uno de esos oscuros pináculos que parecen troncos secos a lo lejos en el horizonte, es la silueta del viejo trampero con su rifle y el grueso abrigo de pieles que me observa pasar. Ja ja ja... De nuevo me asalta mi imaginativa satisfacción con tintes cinematográficos... Este viaje, como me figuré, tiene mucho de iniciático... Naturaleza, soledad y la búsqueda de uno mismo. Aquí, el paisaje se convierte en un personaje en si mismo, lleno de espíritu de principio a fin. Imágenes desbordantes de poesía en medio de la nada, y en realidad en medio de todo, donde te fundes con la naturaleza y el mundo salvaje, para dar todo de ti mismo y aprender a escucharte en el silencio. Absorto en mis pensamientos y sin detenerme ni retroceder el ritmo, como, bebo, como, y de nuevo bebo, y poco mas adelante diviso una señal garabateada en la escarpa que se labra junto a la traza en la nieve, como una gran nevada cicatriz: - “LET´S GO 14.30”. Es un mensaje de Cyd para su hermano. Descubro mi reloj y no lo puedo creer. Son las tres. ¿Tan solo hace media hora que ha pasado por aquí?. Además, ni rastro de su hermano, que progresando con esquís, ya debería haberme dado alcance. Este ocasional letrero me anima y me ratifica que llevo buen ritmo y que este parece no recaer. Un lago helado surge a la izquierda de la pista, mientras una liviana ardilla cruza ante mis ojos dando brinquitos por la nieve como si quisiera desafiar mi mirada.¡Que pasada!. Me figuraba ver alces, caribús, lobos, zorros blancos..., pero no, todo mi parque zoológico silvestre, de momento se ha rebelado en una salerosa ardillita, y los indestructibles y perpetuos cuervos que he visto incluso en las grandes cordilleras a alturas de casi siete mil metros. Eso si, una infinidad de huellas de grandes patas o cascos de dos pezuñas, que a buen seguro pertenecen a alces, ciervos o caribús, e incluso algunas que alcanzarían a ser de lobo, rompen intermitentemente la senda rubricando su presencia y hábitat en este tupido bosque. Me río pensando en la ardilla....si tuviera que alimentarme y elaborarme un abrigo con ella, estaría listo. Jajaja. Cojo el mapa en color que me imprimió mi gran amigo Miguel, que llevo bien a mano en la riñonera frontal. Seguro que localizo esta silueta del lago a la izquierda de mi recorrido, para así orientarme y ubicarme dentro de la ruta. En efecto, me ubico fácilmente en el mapa. El lago de mi izquierda no tiene nombre en el mapa, pero si una colina que reconozco a mi derecha “Hull mountain”. Un poco mas adelante debo encontrar otro pequeño lago sin nombre a la derecha de la ruta, y estas reseñas me dirigirán evidentemente a una pista junto al “Braeburn Lake”, un lago, que una vez lo supere me llevará a Braeburn, mi emplazado objetivo. Me pone la piel de gallina pensar que desde casa me tienen situado gracias al emisor vía satélite, y seguro que hoy están emocionados vigilándome progresar con tanto furor. Acelero mi paso y poco a poco se cumple la pronosticada orografía. Ya estoy próximo de “Braeburn Lake” marchando por un impenetrable bosque cincelado en hielo y dividido en dos por la ahora laxa pista. No noto ni la baja temperatura que debe rondar los quince bajo cero. A mi espalda surge un sonido familiar a.... moto de nieve. ¡Que sorpresa!. Es el bueno de Santa Claus con sus turistas. Se detiene amigablemente junto a mi, me sonríe y saluda mientras levanta sus gafas de ventisca sobre su compacto gorro de piel. Sin siquiera preguntarle, mira su reloj y el cuenta kilómetros de su moto, y me dice. - ¡Eight kilometres to Braeburn !. (ocho kilómetros). ¡Que alegría! Si acelero suficiente, podría estar allí en poco mas de una hora u hora y media, y tan solo son las cuatro y cuarto de la tarde. Sino desfallezco, es tiempo suficiente para comer, descansar un poco, y continuar antes de la ocho de la tarde. Me parece increíble. Le agradezco inmensamente a mi Santa Claus particular que está haciendo que olvide a los Reyes magos, el milagroso gesto de animarme y aparecer cuando lo necesito, y lo despido agitando la mano. Como ayer, tras él van los dos turistas con los trineos de perros...¿o serán sus duendecillos?... Una media hora mas adelante, me rebasa la moto de la organización que repatría al inglés retirado del equipo “Team Helmut”, me ratifica la distancia que me resta para llegar, aunque de nuevo me dice “ocho kilómetros”, como si no hubiera avanzado nada. Como los contadores de sus motos miden en millas, no concuerdan a la hora de trasladar mentalmente la distancia a kilómetros… Aunque valla bien, no me puedo descuidar, porque el cansancio se empieza a notar, y no en vano llevo casi doce horas de marcha casi sin parar. Por fin, en una súbita sinuosidad hacia la derecha, cuando ya comienza a hacérseme algo larga esta pista amparada dentro de colosales abetos, una violenta rampa, donde tengo que tener firmeza en mis pisadas y tiento en mi equilibrio para no ser vencido y arrollado por el peso de mi propia pulka, me enclava en la orilla del lago “Braeburn Lake”. Ensartado en el suelo, en la nieve, un cartel que indica: “5 km”. Esto significa casi una hora de marcha. Son las cinco, si acelero lo suficiente podría llegar antes de las seis de la tarde. Me siento ya debilitado, pero muy feliz. Lo estoy consiguiendo, después de que esta pasada madrugada me di por sentenciado y abatido, y esto hace que la mis sensaciones morales sean más sobresalientes. ¿Qué pensaría la enfermera de Dove Grave Lake que me reseñó veinte horas a pie hasta aquí? Lo voy a conseguir en solamente trece. Solo es una prueba más, de que la confianza que se tenga en uno mismo es determinante en el desempeño de lo que te propongas. Esta capacidad debe estar desarrollada de tal manera que no sólo se tenga confianza, sino que puedas mantenerla o recuperarla a pesar de lo mal que estés o lo complicado de una situación adversa. Creer en ti mismo y en tus posibilidades sin importar lo complicadas que sean las circunstancias. Que sensación más asombrosa atravesar mientras atardece, iluminado con el resplandor del crepúsculo, un lago helado justo por su centro. Hace menos de un año, atravesaba lagos secos en el desierto Marroquí. Que colores, que excitación y sacudida. Bromeo grabándome en video con mis especulaciones respecto a si la capa de hielo aguantará mi peso junto a el de la pulka... –Si pasan motos de nieve, imagino que yo pesaré menos que ellas ¿no?... Tras marchar embobado por esta nueva experiencia por lo menos un kilómetro en línea recta, alcanzo la otra orilla, y de nuevo, excavado en la superficie nevada del lago hay dibujado un gran corazón, y dentro de él un mensaje que pone.-“ LET´S GO - I LOVE YOU SCOTT -17.15....” Que mensaje mas tierno de una hermana a su hermano. ¿Acaso la insensible apariencia de Cyd en el fondo oculte a una sensible hermana y un corazón compasivo?..Me apropio del mensaje, como un aliento para mí. Mi ritmo ha sido magnífico, pues tan solo hace diez minutos que Cyd ha escrito este mensaje. No solo no me ha sacado ventaja con sus esquís, sino que le he recortado la que me llevaba. Con una empinada cuesta que me obliga de nuevo a recordar a mi admirado Robert de Niro en la Misión, dejo atrás el congelado lago por una senda diseñada con muy mala baba. Acaso para darnos la puntilla. Es una retorcida y escabrosa travesía que entrelaza inagotablemente crueles subidas con apuradas bajadas, soslayando pinos sin ningún tipo de sentido de la orientación ni la lógica, dando giros en torno a los árboles. Solo se me ocurre el pretexto de cubrir los kilómetros que faltan para cubrir las cien millas, pues se divisan luces de alguna edificación cercana entre los árboles, y proyectando una línea recta hasta ella la alcanzaría enseguida. Estos desalmados y violentos culebreos, me obligan a vaciarme mas y notarme ya casi extenuado. Pienso en Salva. Cuando llegue por este tortuoso y maquiavélico bosque será de noche y seguramente lo pase bastante mal. Por fin salgo junto a un simulacro de helada carretera que me dirige hacia esos edificios que divisaba en línea recta entre los árboles. En el reglamento de la carrera, está como hecho sancionable con la expulsión, que cuando la pista circule contigua a una carretera, transitar por el arcén de la misma agilizando tu avance, Así, que por mucho que me duelan ya las piernas, encubriendo si me duele o no la cadera, aguantaré esta tentación, y continuaré el arrastre por la pista. Por fin. Un cartel indica “Braeburn”. La pista emerge a la espalda de un gran casa de cemento y madera, la rodeo y allí esta, la pancarta de la meta de las cien millas sujeta a la barandilla del porche, varias pulkas estacionadas junto a ella, y sonriente Robert Pollhammer con su cámara de fotos colgada del cuello. Lo he conseguido, y mientras mi cuerpo aguante, estoy decidido a continuar tras un breve descanso, para pasar la noche en cualquier lugar entre este punto de control y el siguiente… Intento ser una persona de recursos y esos recursos me vienen dados por la forma en la que afrontas las cosas, por cómo me enseña la vida de la cual sigo aprendiendo: domando los impulsos, las prisas y las adversidades. Sin duda, la paciencia permite actuar con más eficacia en momentos difíciles y te ayuda a ser más feliz.

lunes, 13 de abril de 2009

MI YAU (Capitulo-3)

15/16-Febrero-2009 Territorio Yukón (Canadá) :
En la primera hora de marcha, por lo que aparentaba ser una pista que se retiraba entre bosques, abandonamos el curso del Yukón river. Tras de mi andaba Salva en silencio. Al igual que yo, creo que avanza abrumado por el tremendo frío. Seguro que sospecha que hoy no era buen día para marchar al raso, o mas bien él no ha marchado nunca al raso en un día como hoy. Seguro que su instinto o su cabeza le advierten del peligro que conlleva una situación así en un lugar como este. Todos tenemos ese instinto, y no es otro que el instinto de supervivencia. Experimentas un vago y amenazador temor que te subyuga, te bloquea, y te induce a cuestionarse todo, a ti mismo, a buscar refugio en algún lugar físico o en alguien que te conforte, a querer huir, gritar, desaparecer. ¿Quién no se ha sentido así en algún momento de su vida física o emocionalmente? Andamos varios kilómetros entre algo semejante a abetos, superando también, por lo que parece distinguirse hasta donde alcanzan nuestras linternas frontales, una ancha llanura cubierta de angulosos y descarnados matorrales, que si nos aproximamos a los márgenes de la huella, parecen querer palparnos y acariciarnos con sus brotes, y así, si nos confiamos demasiado, transformarse en esqueléticas y oscuras garras, atraparnos y arrastrarnos fuera de la pista hundiéndonos en la nieve donde nadie nunca pueda encontrarnos. Ja Ja Ja... Mi cansancio empieza a hacer mella.... Entre figuraciones fantasías y recuerdos, cambio mi buf por otro mas grueso de forro polar que llevo en la mochila, pues el fino ya no me calienta suficientemente el morro; por si la cosa fuera peor, también llevo una máscara de neopreno que me cubre la nariz y la boca, que junto a las gafas de ventisca me cubren toda la cara en forma de espectacular careta. Me pongo las manoplas de plumas y esto hace que me sobren los bastones, pues con las voluminosas manoplas son difíciles de agarrar. Así que atravieso cruzados mis bastones sobre la bolsa frontal de mi cintura como si fuera una valla horizontal, y apoyo mis antebrazos en ellos dejando suspendidas mis manos por delante, como si estuviera apoyado sobre una barrera ambulante . Cuando la pista es mas ancha, procuro ponerme paralelamente a Salva para detallarle e instruirle sosegadamente en todo lo que me viene a la mente: Cosas vitalmente imprescindibles como no olvidar nunca unos guantes secos de repuesto, cubrirse la cabeza, proteger sus pómulos, ponerse crema o vaselina incluso en los orificios de la nariz, hidratarse aunque el cuerpo en estas condiciones no te lo demande, o pequeños trucos que por experiencia he ido aprendiendo a lo largo de los años: Colocar el hornillo, el cartucho de gas de este, sumergiéndolo dentro de un recipiente con el primer agua caliente de la nieve que derrita, para que caldeando el cartucho, agilice la combustión del gas y active mas la llama aligerando el deshielo; Colocar el hornillo encima de la pala y no sobre la nieve; Forrar las partes metálicas de las cosas u objetos metálicos que manipule con cinta americana, para que no te roben el calor; dormir no olvidando nunca fuera del saco nada vital y que no quieras que se congele, e incluso calentar agua y rellenar una cantimplora con esa agua antes de acostarte, para con ella improvisar una agradable estufa de agua caliente en el interior del saco donde poder colocar los pies. Sobre todo quería aleccionarle en la calma y serenidad antes de hacer las cosas, y, exteriorizarle que ante una situación extrema, el peor enemigo son los nervios, tu mismo. Hay que pararse a pensar y analizar las cosas primero antes de actuar precipitadamente o mal. Como siempre digo, si la cosa tiene solución ¿por qué te preocupas?... y si no la tiene ¿por qué te preocupas?.En un sitio así, la precipitación o los nervios te pueden llevar a situaciones muy peligrosas. Cualquier cosa que se me ocurría, se la sugería rápidamente. Su súbita pérdida de inocencia o virginidad ártica, creo que le caía más fría y pesada que la oscuridad amortajada que ahora nos rodeaba andando por el bosque. Que lejos quedan esas frías noches de campo base en el Himalaya, cuando después de la cenar en la tienda comedor, tan solo recorres unos 50 metros para llegar hasta tu tienda a través de un sendero cubierto de nieve y piedras solapadas con diminutos guijarros. Y eso me parecía severo.... Tras dos horas de marcha, ahora en silencio medito sobre este maldito y bello momento que hoy guía nuestro destino. Estoy muy muy cansado y el frío no parece dejar de aumentar. Quiero encontrar algún escenario junto a la senda que por esta noche nos deje descansar sin necesidad de hacer mayor esfuerzo que extender las esterillas e introducirnos en el túnel de plumas que forma el saco de dormir. No tengo ninguna gana de palear nieve, pues llevamos casi doce horas de actividad; calculo unos cincuenta o cincuenta y cinco kilómetros andados; es el primer día y se nota. Sería muy simple tenderse sencillamente sobre la huella esculpida ayer por todos los trineos de la Yukón Quest y ahora avivada por nosotros, pero está totalmente prohibido por la organización bajo sanción de exclusión de la carrera. Me parece bien, pues sería peligroso tumbarse en plena traza, y que en un accidental tropiezo una moto de la organización te pasara por encima. Que este incidente quebrantará tu sueño, seria lo de menos.... Me voy exhortando e impulsando a mi mismo mientras caminamos como dos almas errantes. -“He crecido corriendo por los campos de los alrededores de Barbastro, disfrutando del agua fresca de los ríos y cañones de Guara, recreado en las montañas del Pirineo para después intentar grandes aventuras en distintos lugares de la tierra como este, donde he asimilado enseñanzas de personas notables y admiradas con las que he tenido la fortuna de cruzarme. Encontrar una salida a esta oscura cueva no debería ser un problema para mi. Llegamos a una especie de llano de algo que parece exiguo y pequeño parking dentro de un parque natural con algún letrero de madera explicativo de la ruta, que en verano debe ser una indicada senda trans Canadiense. En un rincón, hay literalmente tiradas cinco personas envueltas en sus sacos de dormir, y junto a ellos aparcadas sus pulkas. Este es un buen sitio. - Dormimos Aquí- Le digo a Salva mientras coloco mi pulka, y me quito el arnés para alcanzar el saco y la esterilla. Me pregunta: - ¿No comemos nada?. A lo que yo le respondo,- Hazlo tu si quieres, pero yo me meto rápidamente en el saco haber si entro en calor y te recomiendo que hagas lo mismo. Él, no lo duda y observando mis movimientos por el rabillo del ojo, hace lo mismo que yo. Extiendo la esterilla, introduzco el saco de plumas en la funda de vivac de goretex y me quito única y vertiginosamente el gore para esconderme en el saco casi tiritando. La pulka la dejo al lado, para así poder alcanzar cualquier cosa dentro de ella tan solo incorporándome un poco. El saco de dormir ya está helado por dentro y por fuera, pero me sumerjo en este túnel de plumas, me hundo hasta el fondo y desde allí conforme me caliente iré emergiendo un poquito... pero solo un poquito. He metido las cantimploras en el fondo del saco, algo de ropa, también las zapatillas para que no se cuajen con el frío, y comida para que se descongele con el efecto de calor que emane mi cuerpo. Mientras el sueño y el calor intentan socorren mi cuerpo, mastico con feroces dentelladas un sobre de jamón congelado de los que me aprovisionó mi buen amigo Pedro. Me tomo una valeriana, e intento dormir algo acurrucado en posición fetal con mis dos manos acopladas juntas y apretadas en el interior de mis muslos, como quien se dispone a renacer de nuevo. Duermo unas dos horas y me despierto con los pies helados y ninguna sensación de calor. Es la una y media de la madrugada y nuestros vecinos, por lo que me parece escuchar han empezado a moverse y al poco se marchan, Tampoco deben estar muy cómodos. Comienzo a ser consciente de la particularidad de esta carrera. Ahora mismo estamos en evidente peligro. Existe claro riesgo de congelación y nadie va a venir a por nosotros; nadie nos va a ayudar ni a asesorar. Tengo que tomar las riendas de la situación, pensar con claridad y tomar las decisiones acertadas ante este temor que ahora me gobierna y me sujeta para arrugarme mas dentro del saco y no moverme, con la vicisitud evidente que ello conllevaría. Intento abstraerme mentalmente , dormirme y así despertar una vez la pesadilla haya finalizado . Cierro los ojos con una visión recurrente de un rostro que me vigila y vela por mi, que a veces se me antoja impreciso e indescifrable en cualquier intento de evocarlo, en cambio, con una precisión y claridad asombrosas, en un instante muy concreto al final, entre la vigilia y el frío sueño, y aún sin abrir los ojos, soy consciente de la existencia de un mundo real allá fuera, detrás de la cortina de mis ojos. Sólo en ese momento, tan brillante y efímero, puedo hallar en mi memoria un recuerdo que me lleve a decidir correctamente. Luego, con la naturalidad con la que el viento barre la arena del desierto, abro los ojos y la imagen se pierde, se evapora, y no importa que intente dormir de nuevo, hace mucho frio y no vuelve. Recuerdo un relato de dos hombres que fueron condenados siendo inocentes. La retorcida sentencia consistía en que un día determinado durante los próximos veinte años, sin previo aviso, serían torturados lentamente hasta la muerte.Al escuchar esta cruel sentencia, el más joven se arrugó de la pena y del dolor, y a partir de ese día, cayó en una profunda depresión. -¿Para qué vivir?" se preguntaba, "van a matarme cualquier día de estos, y de una manera espantosa" Ya no fue el mismo. Poco a poco, se fue encerrando en su amarga soledad y su miedo, y murió mucho antes de que se cumpliera el plazo de los veinte años. El otro hombre, al escuchar la injusta y cruel sentencia, lógicamente también se asustó y se impresionó, sin embargo, tras el primer amargo trago, a los pocos días decidió que como sus días estaban contados, los disfrutaría y afirmaba: - No voy a anticipar el dolor y el miedo empezando a sufrir desde ahora, y, - “Voy a agradecer con intensidad cada día que me quede viviéndolo a tope”.Así que, gradualmente, se convirtió en un hombre humilde, sabio y sencillo, conocido por su alegría y su espíritu de dedicación. Tanto, que mucho antes de los veinte años, se revisó su caso y le fue perdonada su condena. El noventa y nueve por ciento de nuestros miedos no se realizarán y son infundados y sin embargo nos paralizan. Hay que creer en tu propia fuerza y disfrutar la libertad de ser feliz. La verdadera libertad no está en lo que haces, sino en la forma que eliges vivir lo que haces, y sólo a ti te pertenece esa facultad. Mi saco de dormir es de una temperatura de confort de menos veinticinco y una temperatura extrema de menos cuarenta. Estoy literalmente helándome y eso quiere decir que hace menos cuarenta o quizás menos. No podemos quedarnos aquí tumbados. Es hora de vencer el miedo, la pereza, enfrentarlo y actuar. Me incorporo sin salir del saco y dentro de el, realizando ejercicios de contorsionismo me abrigo lentamente mientras medito hilaridades como “No tengo miedo al invierno, con mis recuerdos llenos de Sol”. Emergiendo eventual y rápidamente, voy cogiendo de la pulka toda mi ropa y poco a poco poniéndomela . Miro cerca a Salvador y este no se mueve ¿Estará dormido? Lo llamo: -¡Salva!- No me contesta. Quizás esté dormido. Al poco, al escuchar el ruido de mis movimientos emerge de su saco y me mira. Le digo: - Me estoy quedando helado, así que me voy a poner en marcha- Tampoco es cuestión de abandonarlo sin avisar, ni de obligarle a marchar si el esta bien. Se incorpora y me replica: - Yo también estoy helado y tampoco he podido dormir. Se va incorporando y sale del saco tal cual. De repente veo que sus zapatillas están perfectamente alineadas junto a su pulka, “al raso”. Lo miro y le digo: _ ¿te has dejado fuera las zapatillas?¿no te avisé que las metieras dentro del saco?. Esta muy nervioso; Asustado diría yo. Recoge de forma precipitada y con las manos desnudas mientras me mira y de nuevo mira sus cosas. Si vemos un rostro con los ojos bien abiertos, las aletas de la nariz muy muy ensanchadas con la sangre que se ha retirado por completo. es muy probable que delante de ese rostro, esté el conde Drácula o haya un hombre con una máscara y un cuchillo en la mano, o una moto sierra. Es la tradicional cara de miedo, ¿no? Hay una explicación biológica para esta cara, no sólo es una cuestión estética para el cine. Su función biológica es que altera la forma en que nuestros sentidos perciben el mundo e incluso los agudiza. No es la primera vez que veo una cara como la que Salva tiene esta noche, la he visto otras veces y en algún momento de mi vida seguro que la tuve yo mismo. Sus manos se hielan y me lo dice. Le indico, - Ponte las manoplas rápidamente, abrígate bien y camina por aquí mientras termino de sujetarte la pulka. En unos pocos minutos, mientras yo termino de amarrar nuestros equipos y él pasea aplanado con sus brazos cruzados como si intentara abarcarse así mismo, con las manos metidas bajo las axilas, todo esta listo, excepto.... mi bajo vientre que con un etéreo retorcijón se contorsiona y me comunica que quiere evacuar. Si se trata de orinar (indicio de buena hidratación) , en el caso de los chicos no es mayor problema, incluso en el interior del saco puedes hacerlo en un bote preparado y “marcado” para ello, cerrándolo bien después claro, y teniendo en cuenta su contenido a la mañana siguiente, no vayas a confundirlo con alguna bebida isotónica y la liemos.... ¡puajj!. Pero se trata de evacuar sólidos y no líquidos . En cualquier otro momento, me hubiera satisfecho este anuncio de buena adaptación y aclimatación, pero a estas horas, helado a cuarenta y tantos bajo cero, esto no es ninguna dulce consagración. He de actuar rápido. Cojo toallitas y las preparo muy accesibles, casi en la mano ya , pues es muy importante la rapidez cuando haces tus necesidades a tan bajas temperaturas. El pantalón de goretex, está prevenido con unas cremalleras para descobijar únicamente salvada sea la parte sin bajártelos hasta los tobillos, y tan solo quedarte literalmente con el culo al aire, y yo ya he cursado este menester en lugares extremos en otras ocasiones . Destapar esta parte un momento no es ningún problema, el problema viene si cuando evacuas, no te limpias o lustras rapidísimamente, y algún resto suspendido se congela y solidifica en segundos causándote heridas, llagas, daño y secuelas justamente porque esa parte del cuerpo no es precisamente la mas aseada del mismo causándote infecciones. Como en una coreografía bien ensayada, todo ha salido bien y tan ligero como he desenmascarado mi trasero y he comenzado a notar el intenso frío en él, ya estaba higienizado, cubierto y dispuesto para la marcha. Así que sobre las dos de la madrugada, emprendemos camino. A las pocas horas vamos atravesando una extensión desnuda, entre un bosquecillo de algo parecido a pino negro para regresar a el lecho del río Takhini River afluente del Yukon River. Al oír el rápido y uniforme crujir de nuestros pasos en la nieve: -krunch- krunch- krunch... todo parece lleno de misterio en medio del silencio de la noche. Este hecho no me preocupa. Estoy hecho a la ausencia de sol, a la oscuridad, pues he entrenado y corrido este invierno muchas horas nocturnas. Voy mirando atrás periódicamente e indagando como se encuentra Salva mientras avanzamos como noctámbulas y entumecidas ánimas ambulantes. El río, con mi frontal parece tener unos ciento cincuenta metros de anchura en algún tramo. Es increíble pienso, que un río lleno de vida yazca oculto bajo una capa de hielo sobre la que después se ha acumulado un manto blanco inmaculado que forma suaves ondulaciones. Hasta donde alcanzaba mi lámpara frontal se extiende ininterrumpida su blancura, a excepción de las líneas oscuras de abetos que serpentean como nosotros en la dirección del río. Siento bajo la camiseta de coolmax las barritas energéticas y los geles en contacto con mi piel desnuda. Aquel es el único modo de evitar que se congelen. Palpo con la mano bajo mi chaqueta, manoseándolos para asegurarme de que se van derritiendo y reblandeciendo para ir consumiéndolos poco a poco intermitentemente cada poco rato. Ahora nos introducimos entre gruesos abetos. El sendero es apenas visible por la oscuridad, pero no hay pérdida. Me sorprende todavía, la intensidad del frío. Realmente hace mucho frío y no puedo dejar de llevar tapada íntegramente mi cara o quitarme las manoplas de plumas para así solo con los guantes, utilizar los bastones e impulsar mejor mi marcha. En cuanto me quedo solo con los guantes, mis dedos se duermen en cuestión de segundos, obligándome a poner de nuevo las manoplas. Son las seis y media, llevamos cuatro horas de marcha. Acaba de amanecer un día azulado y gélido, extraordinariamente azulado y gélido, por este sendero palpablemente visible, pero escasamente transitado que se abre entre bosques de gruesos ¿abetos?. No se ve aún el sol ni se vislumbraba siquiera su destello, pero es un día despejado y la sensación es de que una especie de manto cubre la superficie de todo con una sutil tristeza que ensombrece el ambiente por la ausencia de sol. Hemos andado unas horas mas en silencio y bajo la luz indecisa del amanecer: súbitas elevaciones, un sinfín de relucientes sotos helados, y lo que deben de ser kilómetros y kilómetros de bosques cubiertos de nieve. Es un sendero fiel a lo que esperaba. ¡Alucinante!. Horas mas tarde el sol anima todo, incluso nuestros semblantes. En un ancho del camino donde se notan rodadas de motos de nieve, paramos. Hablamos e incluso bromeamos. Nos hacemos fotos, nos filmamos mutuamente con la cámara que nos ha cedido la TV-3 y Aragón Televisión, comemos, bebemos y comenzamos de nuevo la marcha. Salva saca buena cara y parece feliz y adaptado. Su mal momento ha pasado. Me describe lo que yo ya sospechaba, lo mal que lo pasó durante la noche y que estaba apunto de darle un ataque de histeria. Yo me río y le quito hierro al asunto. Es normal lo que le ha pasado con la experiencia que traía; incluso a mi, teniendo experiencia me ha costado reaccionar, borrar esa sensación de amparo que me dejó la maratón de Sables, recordar las expediciones y rescribir en mi cabeza la partitura que debo interpretar para encontrarme a mi mismo, las buenas sensaciones y avanzar en esta prueba tan austera, dura y diferente. Poco a poco, voy incrementando lo que puedo el ritmo con la intención de llegar a buena hora al control numero dos “Dove Grave Lake”, superarlo y anticipar algo hacia el control tres. Mirando hacia atrás, advierto que Salva se va rezagando , pero como ya apalabramos con anterioridad debe ser así y no nos preocupa este hecho a ninguno de los dos; cada cual debe seguir su ritmo. Pasa el medio día, comienza la tarde y me adentro por un bosque lleno de rampas donde ya noto el agotamiento por otra parte normal, pues llevamos andando unas trece horas desde las dos y media de la madrugada, y calculo que me quedan mínimo otras tres sin parar para llegar al control; si todo va bien, dieciséis horas sin parar hasta el control . Escucho el rumor del motor de una moto de nieve a mi espalda. Supongo que es alguno de los motoristas de la organización que inspeccionan el recorrido con el propósito de localizarnos si tienes cualquier incidencia, advertirnos o simplemente situarnos por lo menos una vez al día . No es de la organización. Es un tipo orondo y rollizo de amplia sonrisa encuadrada por un grueso sombrero de piel. Muy abrigado, de aspecto duro y saludable, ojos grandes alegres y verdosos; bastante barba muy mal nacida y peor afeitada, casi blanca; parece tan afable y tan inofensivo como una calabaza. En este mismo contexto, pero con otro medio de transporte y con otra indumentaria hubiera manifestado que se me acababa de aparecer “Santa Claus”... Para junto a mi, y muy sonriente me explica algo, o por lo menos lo intenta, que con mi escaso ingles no alcanzo a entender. Finalmente, y ante mi cara de, “no tengo ni idea de lo que me dices”, me pregunta: -¿Spanis?. Yo, que eso si lo entiendo, le contesto afirmativamente, y el trata de expresarme que una media hora mas atrás hay otro “Spanis” (evidentemente Salva) y que me restan unos diez kilómetros para el próximo punto de control . Mientras se explica, destapa un gran termo de te caliente y me invita casi manda beber de el. Yo acepto. Además hacia un rato que marchaba sin agua y estaba apurando esta cuestión creyendo que se hallaba mas cercano el punto de control . Me insta para que beba mas: -more, more-. Me repite una y otra vez.... Definitivamente debe ser Santa Claus de paisano. Posteriormente me explica algo que tampoco descifro, pero si interpreto que intenta advertirme que se presenta una gran pendiente, un gran desnivel mas adelante tras una curva cercana . Por detrás de nosotros surgen dos trineos de perros, y por fin entiendo que lo que me advertía era de esto, y me preguntaba si no me importaría apartarme y dejarlos pasar. Lógicamente me aparto. Se despide muy amigablemente y observo el espectáculo de los dos trineos pasando tirados por sus imponentes perros. Los musers con innumerables capas me miran sonrientes y saludan. Me da la sensación de que se trata de dos turistas que “Santa Claus” está guiando en una travesía en trineo. Por este frondoso pinar que me recuerda a la parte mas angosta del “mata chulos” del Valle de Estós, acometo la larga cuesta. Mis gemelos se están contracturando y esto me está comenzando a preocupar. Tiene una explicación lógica, muchísimas horas andando, poquísima hidratación, mala alimentación y casi nada de descanso. A mitad de la cuesta las punzadas en los gemelos son alarmantes y agudas. En un falso llano una vez coronada esta, decido parar a descansar, derretir nieve, hacerme comida y rellenar todas mis cantimploras. Si faltan diez kilómetros y a este ritmo, serán mas de dos horas de marcha, así que la mejor opción es parar y recuperarme o finalmente será peor. Mientras preparo unos sopinstans, como un poco de longaniza y lleno todas las catimploras, esperaré que Salva aparezca y así continuaremos juntos hasta el control. Saco el hornillo y ubicándolo sobre la pala bien hundida y nivelada en la nieve como una pequeña plataforma, lo enciendo con facilidad . Recordar de nuevo la sensación o los sentimientos que me despiertan algunas cosas antiguas y banales como esta acción, sentir que sobreviven al tiempo y a mí mismo, que permanecen incorruptas e impasibles me hace sentir muy a gusto. La verdad es que me gusta todo esto; estas sensaciones de supervivencia y soledad, crean un vínculo necesario con toda mi alma entera, o simplemente el recuerdo de algo, de lo que sea, un agradable recuerdo. Ha pasado media hora o mas y Salva no llega. Comienzo a inquietarme. ¿Habrá comido?,¿habrá bebido?,¿estará bien?. Mis gemelos están fatal e incluso al enfriarme noto un afilado dolor en el interior de la cadera izquierda. Mi doloroso estado físico, mi fatiga y quizás un algo de ego y fanfarronería me hace recapacitar: - Si yo estoy así, ¿cómo estará Salva?. Decido llenar bien una cantimplora con isotónico, y como otras veces he hecho en la montaña, e incluso el pasado año en la maratón de Sables, sacar mi perfil de héroe protector, subyugar la inercia que me señala que pasito a pasito hacia delante es un pasito menos, dejar allí la pulka, desandar el camino e ir a su encuentro. Esta buena acción también la aprendí de los admirados maestros que me aleccionaron en el pasado, además, concibo que la generosidad se recompensa por si misma casi al instante, pero que si haces un gesto de favor, de alguna manera quizás psíquica, este acto te estimula y te hace crecer. Mientras termino de preparar la cantimplora, me doy un buen susto con un peludo y corpulento perro blanco que vagabundea por el sendero como un perro fantasma, que intenta husmear en mi comida. Es dócil, manso y parece disciplinado, pero no oigo ni vislumbro a nadie que lo conduzca. Ante su mirada impresionable que me recuerda al gato con botas de la película Shrek , le cedo un trozo de longaniza que aun me quedaba en la mano y contento y reposado continua su camino. Quizás sea el rezagado cierre del séquito del motorizado Santa Claus y sus dos turistas. Por un momento imagino que se sujeta a mi arnés y arrastra mi pulka hasta el campamento dos como agradecimiento.... pero no... Al poco, aparece una chica muy desenvuelta y abrigada sobre esquís de fondo (Cyd Fraser de Whitehorse, Canadá) . Cyd y su hermano Scott, participan con esquís en las 400 millas. Me asombra que con esquís estén por detrás nuestro. Seguro que han dormido bien y no han madrugado tanto como nosotros. Aun así, representa facciones cansadas, pero se la nota sólida y con gesto disciplinado y pétreo en su manejo y marcha. Se detiene junto a mi y me pregunta en ingles cuanto falta para el campamento. La comprendo y le respondo. Me expresa, y extraordinariamente también entiendo, que tras ella viene su hermano, y que cuando lo vea, le indique a este que la he visto pasar. – OK-, le respondo. Con paso firme de patinador se aleja impulsándose ferozmente con sus bastones. Con la cantimplora en la mano, comienzo a retroceder por la senda, parando de vez en cuando para escuchar cualquier sonido o indicio que me haga descubrir que Salva ya está cerca. Mis gemelos y mi cadera duelen crónica y agriamente, y me exigen caminar irregular y anómalamente. Al poco aparece jadeante el que imagino es el hermano de Cyd, Scott. Gesticulo un saludo y se detiene a mi lado. Scott es espigado, esbelto y parece tan atlético como su hermana, aunque algo mas menudo; su tez si bien ahora encendida de esfuerzo y frío bastante blanca, barba apenas crecida y nariz un poco aventajada respecto a su cara y su gorro de lana. En grotesco ingles, le afirmo que su hermana acaba de pasar hace diez minutos. Saca cara de exhausto y articula alguna palabra en Español, así que nos interpretamos bien mutuamente, y me informa que Salva se halla muy cerca de aquí. Despidiéndose amablemente continua. Sigo despacio, y de vez en cuando grito: -¡Salva!. Pero no me contesta. En una sinuosidad del pinar, aparece bruscamente arrastrando con fuerza su pulka escarlata . Se presenta silbando, alegre y risueño; tan campante. La verdad es que su aspecto es saludable, parece relajado, y muy alejado de la imagen preconcebida que esperaba encontrar. Al verme allí injertado en medio del camino y sin equipo, se asombra, y me interroga. – He parado a comer, porque me duelen mucho los gemelos... he preparado algo de agua también para ti...y....- Le explico. Él, ahuecado y casi orgulloso me comenta que también paró hace un rato a comer, saco el hornillo y se preparó agua. El socorrista se convierte en el descalabrado. Me evoca una frase de Aristóteles que dice: “Pobre discípulo el que no deja atrás a su maestro” . Desde luego ha aprendido rápido lo que le enseñé. Y yo preocupado. Juntos, alcanzamos el lugar donde dejé mi pulka, y tras Salva, con intenso dolor en mis extremidades llegamos a el campamento de Dove Grave Lake unas dos horas mas tarde mientras anochecía. El campamento es una exigua tienda de campaña naranja de la que surge la humeante chimenea de una estufa. Adyacente a la carpa una enorme pila de leña apostada contra un imponente abeto donde hay adherido un termómetro de esfera circular que marca “menos veinte grados centígrados”. En la bifurcación de la pista, frente al campamento, cuatro pulkas. Dos serán de los hermanos esquiadores Fraser, y otra, por sus rótulos de exponsors es del equipo ingles “Team Helmut”, equipo de cinco titánicos ingleses al que apodo desde el primer día “los mediáticos” (Apelativo que el pasado año establecimos con Juanma para referirnos a la Jaima de Luis Enrique y compañía, en la maratón de Sables). En este caso, este equipo Ingles se presentaba meses antes en un vídeo de You Tube realizando feroces entrenamientos arrastrando neumáticos de camión por la nieve, y acontecían en medio del torneo Seis Naciones de Rugby en el Twickenham Stadium de Londres ante 80.000 espectadores, presentándose y saludando como mediáticas estrellas, mientras todo el estadio aplaudía . Es como si nosotros saliéramos en medio del Santiago Bernabeu o el Nou Camp en el descanso de un Barsa Madrid para ser aclamados y aplaudidos antes de nuestra participación en la Yukon Arctic Ultra. Este superficial hecho me anima. No andaremos tan mal si están aquí dos participantes con esquís y por lo menos un componente del equipo “Team Helmut”. “Mal de muchos consuelo de tontos”... o eso me diría mi abuelo si supiera lo que estoy pensando. Nos metemos en la estrecha tienda y secamos nuestras ropas colgándolas en unas cuerdas sobre la estufa de leña. Hay dos mujeres de la organización. Nos preguntan los nombres y tras apuntar nuestra llegada nos arreglan un sobre de comida liofilizada que días antes habíamos elegido en un listado de menús para avituallarnos en este campamento. En mi caso pollo al curry. Sentados junto a los hermanos Fraser, intercambiamos escuetas frases y jamón... también jamón. Una de las mujeres, es la enfermera de la carrera y nos obliga a descalzar para auscultar el estado de los dedos de los pies, uno a uno, y visualmente y con fuertes pellizcos, asegurarse que no sufrimos congelaciones. Al poco llegan otros tres corredores, les cedemos amablemente nuestras constreñidas sillas plegables y salimos con el propósito de dormir unas horas. Esperemos que hoy si podamos descansar. No me preocupan los fuertes dolores. Sabia de antemano que los dos primeros días de adaptación iban a ser muy duros. Venia prevenido para ello, y también soy consciente que ya estamos en el segundo día. Hemos avanzado unos cien kilómetros y tan solo hemos dormido, por decir algo dos horas en unas cuarenta y cuatro horas de las cuales seguro que treinta las hemos pasado andando. Me encojo en el suelo, en el interior de mi saco cerca del gran abeto. Mañana, si descanso bien todo irá mejor. Cuando el día a día se hace más difícil porque el cuerpo no responde, y los objetivos se alejan, o simplemente porque ya no los tienes, puedes perder la motivación. No voy a dejar que esto me ocurra. El hoy es discípulo del ayer y maestro de mañana. Solo hay una manera de ser maestro: ser discípulo de mí mismo.

miércoles, 1 de abril de 2009

VISITA MÉDICA

Jamás desesperes, aún estando en las mas sombrías aflicciones, pues de las nubes mas negras cae tambien agua limpia. Ayer me visitó el acreditado médico deportivo Fernando Sarasa en Huesca; médico, osteópata y especialista en Medicina Deportiva, confirmando y aseverando un diagnostico de “Entesitis distal de psoas izquierdo”. Una entesitis es una tedinitis de inserción con tendencia a la fibrosis y calcificación. ¡Tela! Fernando es un tipo abierto, claro, locuaz, directo, y se nota cuando razona una lesión la seguridad en si mismo, y que ama su profesión. Habla de tu lesión con tanta pasión como cualquiera de nosotros lo haríamos de una carrera o la ascensión a una montaña. Me ha marcado unas pautas de recuperación con unos ejercicios de estiramiento repetitivos que deberé hacer como - “un padre nuestro”, cuatro veces al día, mas media hora de bici estática sin carga, y la rehabilitación con el fisioterapeuta realizando movilidad de la cadera con manipulación miotensiva de los flexores, apoyado todo ello con sesiones de ultrasonidos. En dos semanas, deberé hacer lo mismo con la bici pero ya por carretera “llana y sin desarrollo”, incrementado con un poquito de natación hasta la siguiente revisión en un mes - Te va a doler, y si te duele, ¡Te jodes y te aguantas!. Así es Fernando, pero confío en él , y que, como el dice, si me porto bien, en unos dos meses mas, pueda volver a correr, a escalar o a....todo.